—Estoy aquí. Parecía lo único que valía la pena decir. Llevaba diez años muerta, y todas las cosas que había querido decirle, todas las cosas que había soñado decirle durante los años fríos en Edonomee, no le parecían en ese momento más que el lloriqueo lastimoso de un niño. «Si lo oyera, eso solo la afligiría». Entrelazó las manos e hizo una reverencia hacia la tumba, decidido a honrarla incluso en aquella desolación de mármol blanco.