Misery
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Kindle Notes & Highlights
Read between October 3 - October 17, 2025
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La culpa lo apuñaló otra vez y desapareció. La respuesta a esa pregunta también era no. Habría sido bonito atribuirse tan desinteresados motivos, pero la verdad era otra. No podía ser más simple: Paul quería cargarse a Annie Wilkes personalmente. Ellos solo te meterían en la cárcel, hija de puta, pensó. Yo sé cómo hacerte daño.
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—¿Hola, a quién, señora? —preguntó David. —Pues a Misery —dijo Annie—. Mi cerda.
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La razón de que un autor ponga casi siempre una dedicatoria, Annie, es que al final hasta él mismo se horroriza de lo egoísta que es.
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Tuvo que sujetar la cuchara con los dedos índice y medio de la mano izquierda. No fue fácil.
Pablo
Está sin pulgar.
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Y luego, porque no pudo aguantarse, Paul Sheldon tiró de la página introducida en la vieja Royal y escribió a mano, con un bolígrafo, la palabra más amada y odiada del vocabulario de todo escritor: FIN
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Ahora viene lo bueno, Annie. Veamos si soy capaz de hacerlo. A ver… ¿puedo?
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—Qué pena, no podrás leer la novela —dijo Paul, y le sonrió. Era su primera sonrisa sincera en muchos meses, radiante y auténtica—. Falsa modestia aparte, debo decir que era realmente buena. Un gran libro, Annie.
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—Aquí tienes el libro, Annie —jadeó mientras su mano agarraba más papel.
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—¿Qué te parece, Annie? ¿Te gusta? Es una auténtica primera edición, ¿eh?, la Edición Annie Wilkes. ¿Qué opinas? Vamos, traga, chupa. Cómetelo, sé buena chica y cómete el libro entero.
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La sien izquierda chocó con el borde de la repisa de la chimenea y Annie se derrumbó como un saco de ladrillos, golpeando el suelo y haciendo temblar toda la casa.
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La diosa estaba muerta y él era libre.
Pablo
Seguro...
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Volvió a rastras hacia la silla de ruedas. Estaba a mitad de camino cuando Annie abrió los ojos.
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Paul miró hacia atrás y vio que la cara se le estaba poniendo morada; parecía hinchada también. Entonces comprendió que Annie estaba transformándose en el ídolo de los bourkas.
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La presión disminuyó y Paul pudo respirar brevemente otra vez. Luego, Annie se desplomó encima de él, toda una montaña de carne fofa, y no pudo respirar más.
Pablo
Tampouco.
95%
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Dios, que sea el final, por favor; que sea el fin de esta mujer.
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La botella de champán no formaba parte del argumento, pero eso era poca cosa comparado con la aterradora vitalidad de aquella mujer y con la incertidumbre que ahora lo aquejaba.
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El manuscrito real de El regreso de Misery lo había guardado debajo de la cama. Y allí seguía. A no ser que ella esté viva. Si lo está, quizá me la encuentro allí, leyendo.
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Era el pingüino sentado en su bloque de hielo. ¡Y ESTA ES MI HISTORIA!,
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Cuando por fin forzaron la entrada en respuesta a los gritos delirantes que se oían en el salón, encontraron a un hombre que parecía una pesadilla en carne y huesos.
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—Ahí dentro hay sangre y cristales rotos y papeles chamuscados… pero en esa habitación no hay nadie. Paul Sheldon lo miró y acto seguido empezó a gritar. No había dejado de hacerlo todavía cuando se desmayó.
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Deberíamos postrarnos todos de rodillas y dar gracias a Dios por que la historia de la novela sea casi tan buena como la historia que hay detrás de la novela.»
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No hubo Annie porque Annie no era ninguna diosa, claro, sino una señora chiflada que había hecho daño a Paul por motivos personales. Annie había conseguido sacarse de la boca y la garganta la mayor parte del papel y había huido por la ventana del cuarto de Paul mientras este dormía su sueño farmacológico. Había conseguido llegar al establo y se había desplomado allí. Estaba muerta cuando Wicks y McKnight la encontraron, pero no por estrangulación. En realidad había muerto a resultas de la fractura de cráneo que se había producido al chocar con la repisa de la chimenea, y había chocado con la ...more
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Pero todo eso pertenecía al pasado. Annie Wilkes yacía en su tumba. Sin embargo, al igual que Misery Chastain, reposaba allí inquieta. Paul, en sus sueños y en sus fantasías diurnas, la desenterraba una y otra vez.
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A la diosa no se la podía matar. Drogarla temporalmente con bourbon, eso tal vez, pero nada más.
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Podía, sí. Podía. Así pues, agradecido y aterrorizado, lo hizo.
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