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En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder.
Si el futuro de la humanidad se decide en nuestra ausencia, porque estamos demasiado ocupados dando de comer y vistiendo a nuestros hijos, ni ellos ni nosotros nos libraremos de las consecuencias.
Los algoritmos de macrodatos pueden crear dictaduras digitales en las que todo el poder esté concentrado en las manos de una élite minúscula al tiempo que la mayor parte de la gente padezca no ya explotación, sino algo muchísimo peor: irrelevancia.
Los humanos pensamos más en relatos que en hechos, números o ecuaciones, y cuanto más sencillo es el relato, mejor.
Carreteras abiertas, puentes resistentes y aeropuertos atestados sustituyeron muros, fosos y vallas de alambre de espino.
En 1938 a los humanos se les ofrecían tres relatos globales entre los que elegir, en 1968 solo dos y en 1998 parecía que se imponía un único relato; en 2018 hemos bajado a cero.
Los humanos siempre han sido mucho más duchos en inventar herramientas que en usarlas sabiamente.
Quizá en el siglo XXI las revueltas populistas se organicen no contra una élite económica que explota a la gente, sino contra una élite económica que ya no la necesita.[6] Esta bien pudiera ser una batalla perdida. Es mucho más difícil luchar contra la irrelevancia que contra la explotación.
Pero la historia no ha terminado, y después del momento de Francisco Fernando, del de Hitler y del del Che Guevara, ahora estamos en el momento de Trump. Sin embargo, esta vez el relato liberal no se enfrenta a un oponente ideológico coherente como el imperialismo, el fascismo o el comunismo. El momento Trump es mucho más nihilista.
La democracia se basa en el principio de Abraham Lincoln de que «puedes engañar a toda la gente en algún momento, y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a toda la gente todo el tiempo».
Dos capacidades no humanas importantes de la IA son la conectividad y la capacidad de actualización.
Hoy en día, cerca de 1,25 millones de personas mueren al año en accidentes de tráfico (el doble de las que mueren por guerras, crímenes y terrorismo sumados).
Es discutible si es mejor proporcionar a las personas una renta básica universal (el paraíso capitalista) o servicios básicos universales (el paraíso comunista). Ambas opciones tienen ventajas e inconvenientes.
Esta confianza en el corazón puede ser el talón de Aquiles de la democracia liberal. Porque una vez que alguien (ya sea en Pekín o en San Francisco) disponga de la capacidad tecnológica de acceder al corazón humano y manipularlo, la política democrática se transformará en un espectáculo de títeres emocional.
Todos estos algoritmos bioquímicos se perfeccionaron a lo largo de millones de años de evolución. Si los sentimientos de algún antiguo antepasado cometieron una equivocación, los genes que los modelaron no pasaron a la siguiente generación. Así, los sentimientos no son lo opuesto a la racionalidad: encarnan la racionalidad evolutiva.
Es sabido que Winston Churchill dijo que la democracia es el peor sistema político del mundo, con excepción de todos los demás.
En marzo de 2018, yo preferiría dar mis datos a Mark Zuckerberg que a Vladímir Putin (aunque el escándalo de Cambridge Analytica reveló que quizá no tengamos mucha elección, pues cualquier dato que confiemos a Zuckerberg bien podría acabar llegando a Putin).
De modo que lo mejor que podemos hacer es recurrir a nuestros abogados, políticos, filósofos e incluso poetas para que se centren en este misterio: ¿cómo regulamos la propiedad de los datos? Podría muy bien ser que esta fuera la pregunta más importante de nuestra era.
Es más fácil que nunca hablar con mi primo en Suiza, pero más difícil hablar con mi marido durante el desayuno, porque está todo el rato pendiente de su teléfono inteligente en lugar de estarlo de mí.
Así, cuando el lector vea los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, recuerde que la aparente competición entre naciones supone en realidad un asombroso acuerdo global. Aun con todo el orgullo nacional que la gente siente cuando su delegación gana una medalla de oro y se iza su bandera, hay muchísima más razón para sentir orgullo porque la humanidad sea capaz de organizar un acontecimiento de este tipo.
Las personas con quienes nos peleamos más a menudo son los miembros de nuestra propia familia. La identidad se define más por conflictos y dilemas que por acuerdos. ¿Qué significa ser europeo en 2018? No significa tener la piel blanca, creer en Jesucristo o defender la libertad. En cambio, significa debatir apasionadamente acerca de la inmigración, la Unión Europea y los límites del capitalismo, y también preguntarnos de manera obsesiva: «¿Qué define mi identidad?», así como preocuparnos por la población envejecida, el consumismo desbocado y el calentamiento global.
Así, el debate sobre el Brexit en Gran Bretaña (una potencia nuclear importante) versó principalmente sobre cuestiones de economía e inmigración, mientras que la contribución vital de la Unión Europea a la paz europea y a la paz global se pasó en gran parte por alto. Después de siglos de matanzas terribles, franceses, alemanes, italianos y británicos han creado al final un mecanismo que asegura la armonía continental, solo para que el pueblo británico haya lanzado una llave inglesa dentro de la máquina milagrosa.
Nadie sabe exactamente cuánto dióxido de carbono podemos continuar bombeando a la atmósfera sin desencadenar un cataclismo irreversible. Pero nuestras estimaciones científicas más optimistas indican que a menos que reduzcamos de forma drástica la emisión de gases de efecto invernadero en los próximos veinte años, las temperaturas medias globales aumentarán más de 2 ºC,[8] lo que provocará la expansión de los desiertos, la desaparición de los casquetes polares, el aumento del nivel de los océanos y una mayor incidencia de acontecimientos meteorológicos extremos, como huracanes y tifones. Estos
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Así que hay muchas cosas que los gobiernos, empresas e individuos pueden hacer para evitar el cambio climático. Pero para ser efectivas, tienen que emprenderse a un nivel global. Cuando se trata del clima, los países ya no son soberanos. Se encuentran a merced de acciones que otras personas efectúan en la otra punta del planeta.
Un enemigo común es el mejor catalizador para forjar una identidad común, y ahora la humanidad tiene al menos tres de esos enemigos: la guerra nuclear, el cambio climático y la disrupción tecnológica. Si a pesar de estas amenazas comunes los humanos deciden anteponer sus lealtades nacionales particulares a lo demás, las consecuencias pueden ser mucho peores que en 1914 y 1939.
El Estado ha creado un espacio enorme, vacío de violencia política, que ahora funciona como una caja de resonancia y amplifica el impacto de cualquier ataque armado, por pequeño que sea. Cuanta menos violencia política hay en un Estado concreto, mayor es la conmoción pública ante un acto de terrorismo. Matar a unas pocas personas en Bélgica atrae mucha más atención que matar a cientos de ellas en Nigeria o Irak. Paradójicamente, pues, el mismo éxito de los estados modernos a la hora de evitar la violencia política los hace vulnerables en particular al terrorismo.
La estupidez humana es una de las fuerzas más importantes de la historia, pero a veces tendemos a pasarla por alto.
Por otro lado, sería ingenuo suponer que la guerra es imposible. Incluso si es catastrófica para todos, no hay dios ni ley de la naturaleza que nos proteja de la estupidez humana.
Los israelíes suelen usar la frase «las tres grandes religiones», pensando que dichas religiones son el cristianismo (2.300 millones de adeptos), el islamismo (1.800 millones) y el judaísmo (15 millones). El hinduismo, con sus 1.000 millones de creyentes, y el budismo, con sus 500 millones de seguidores (por no mencionar la religión sintoísta, con 50, y la sij, con 25), no cuentan.
Hoy en día, los científicos señalan que en realidad la moral tiene profundas raíces evolutivas anteriores en millones de años a la aparición de la humanidad. Todos los animales sociales, como lobos, delfines y monos, poseen códigos éticos, adaptados por la evolución para promover la cooperación del grupo.[3] Por ejemplo, cuando los lobeznos juegan entre sí siguen normas de «juego limpio». Si un lobezno muerde demasiado fuerte, o continúa mordiendo a un oponente que se ha tumbado sobre el lomo y se ha rendido, los demás lobeznos dejarán de jugar con él.
Sin embargo, aunque los dioses pueden inspirarnos para que seamos compasivos, la fe religiosa no es una condición necesaria para el comportamiento moral. La idea de que necesitamos un ser sobrenatural que nos haga actuar moralmente implica que hay algo no natural en lo moral.
el código ético seglar. Este código ético (que, de hecho, es aceptado por millones de musulmanes, cristianos e hindúes, así como por los ateos), consagra los valores de la verdad, la compasión, la igualdad, la libertad, el valor y la responsabilidad. Constituye los cimientos de las instituciones científicas y democráticas modernas.
¿Y qué hay de la bestialidad? He participado en numerosos debates privados y públicos sobre el matrimonio gay, y con demasiada frecuencia algún listillo pregunta: «Si el matrimonio entre dos hombres está bien, ¿por qué no permitir el matrimonio entre un hombre y una cabra?». Desde una perspectiva seglar, la respuesta es evidente. Las relaciones saludables requieren profundidad emocional, intelectual e incluso espiritual. Un matrimonio que carezca de esta profundidad hará que estemos frustrados, solos y atrofiados psicológicamente. Mientras que dos hombres pueden satisfacer sin duda las
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¿qué hay de las relaciones entre un padre y su hija? Ambos son humanos, de manera que ¿qué hay de malo en ello? Bueno, numerosos estudios psicológicos han demostrado que tales relaciones causan un daño inmenso y por lo general irreparable en la chica. Además, reflejan e intensifican las tendencias destructivas en el progenitor. La evolución ha modelado la psique de los sapiens de tal forma que los vínculos románticos no se mezclan bien con los parentales. Por tanto, no es necesario acudir a Dios o a la Biblia para oponerse al incesto; solo hay que leer los estudios psicológicos relevantes.
Las cuestiones a las que no podemos responder suelen ser mucho mejores para nosotros que las respuestas que no podemos cuestionar.
Cuando tenemos un martillo en la mano, todo parece un clavo; y cuando tenemos un gran poder en la mano, todo parece una invitación a inmiscuirse.
Los dogmas religiosos e ideológicos tienen gran poder de atracción en nuestra época científica justo porque nos ofrecen un refugio seguro frente a la frustrante complejidad de la realidad.
En realidad, los humanos siempre han vivido en la era de la posverdad. Homo sapiens es una especie de la posverdad, cuyo poder depende de crear ficciones y creer en ellas. Ya desde la Edad de Piedra, los mitos que se refuerzan a sí mismos han servido para unir a los colectivos humanos.
De modo que si el lector quiere culpar a Facebook, Trump o Putin por inaugurar una era nueva y espantosa, recuerde que hace muchos siglos millones de cristianos se encerraron en una burbuja mitológica que se refuerza a sí misma, sin atreverse nunca a cuestionar la veracidad de los hechos narrados en la Biblia, mientras que millones de musulmanes depositaron su fe inquebrantable en el Corán. Durante milenios, muchas de las cosas que pasaban por «noticias» y «hechos» en las redes sociales humanas eran relatos de milagros, ángeles, demonios y brujas, con valientes periodistas que informaban en
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Cuando mil personas creen durante un mes algún cuento inventado, esto es una noticia falsa. Cuando mil millones de personas lo creen durante mil años, es una religión,
Joseph Goebbels, el maestro de la propaganda nazi y quizá el más completo mago de los medios de comunicación de la era moderna, explicó sucintamente su método al afirmar que «una mentira contada una vez sigue siendo una mentira, pero contada mil veces se convierte en una verdad».[7]
Así pues, ¿qué tendríamos que enseñar? Muchos pedagogos expertos indican que en las escuelas deberían dedicarse a enseñar «las cuatro ces»: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad.
Para sobrevivir y prosperar en semejante mundo necesitaremos muchísima flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional. Tendremos que desprendernos de manera repetida de algo de lo que mejor conocemos, y sentirnos cómodos con lo desconocido.
Este es, desde luego, el consejo más antiguo del libro: conócete a ti mismo. Durante miles de años, filósofos y profetas han animado a la gente a que se conociera a sí misma. Pero este consejo nunca fue más urgente que en el siglo XXI, porque, a diferencia de lo que ocurría en la época de Lao-Tse o de Sócrates, ahora tienes una competencia seria. Coca-Cola, Amazon, Baidu y el gobierno se apresuran a piratearte, a hackearte.
13.800 millones de años (la edad actual del universo). El planeta Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años y los humanos han existido durante al menos 2 millones de años.
A un anciano sabio se le preguntó qué había aprendido acerca del sentido de la vida. «Bueno —contestó—, he aprendido que estoy aquí, en la Tierra, para ayudar a otras personas. Lo que todavía no he entendido es por qué hay aquí otras personas.»
La mayoría de los relatos se mantienen cohesionados por el peso de su techo más que por la solidez de sus cimientos.
El cisma de mil años entre los cristianos occidentales y los cristianos ortodoxos orientales, que recientemente se ha manifestado en la matanza mutua de croatas y serbios, se inició a partir de la sola palabra filioque («y del hijo» en latín). Los cristianos occidentales querían introducir este término en la profesión de fe cristiana, mientras que los orientales se opusieron de forma vehemente. (Las consecuencias de añadir este término son tan arcanas que sería imposible explicarlas aquí de una manera que tuviera sentido. Si el lector es curioso, pregúntele a Google.)
Frente a los asombrados ojos de los campesinos reunidos, el sacerdote mantenía en alto un pedazo de pan y exclamaba «Hoc est corpus!» («¡Este es el cuerpo!») y el pan se convertía en teoría en la carne de Cristo. En la mente de los analfabetos campesinos, que no hablaban latín, «Hoc est corpus!» se embarullaba en «¡Hocus pocus!», y así nació el potente hechizo capaz de transformar una rana en un príncipe y una calabaza en un carruaje.
De todos los rituales, el sacrificio es el más potente, porque de todas las cosas del mundo, el sufrimiento es la más real. Nunca puede pasarse por alto o dudar de él. Si queremos que la gente crea de verdad en alguna ficción, persuadámosla para que haga un sacrificio en su nombre. Una vez que sufrimos por un relato, eso suele bastar para convencernos de que el relato es real. Si ayunamos porque Dios nos ordenó que lo hiciéramos, la sensación tangible de hambre hace que Dios esté presente más que cualquier estatua o icono.

