Cada vez que tengo un problema muy serio y no tengo fuerzas para resolverlo, paso por la capilla que está cercana a mi trabajo y le digo: “Señor, no sé qué hacer. Te dejo este problema. Por favor, ayúdame”. Al día siguiente, de la forma más insospechada, todo se soluciona. Me ocurre constantemente. Creo que Dios lo hace para enseñarnos a confiar. Mientras más confiamos, más nos da. Un amigo me lo confirmó una vez emocionado, cuando me dijo: “Nadie le gana a Dios en generosidad”.

