Una mano delicada, como pintada por un renacentista, descansaba, amputada desde la muñeca, sobre un trozo de tocino atado con una cuerda. Del corte, como los filamentos de una medusa, surgían los extremos de las venas y los nervios. En uno de los dedos brillaba la piedra blanca de un anillo. A Maria le dio un vuelco el corazón. Corrió hacia la mano, el vestido se le enganchó en unos alambres. Se agachó, sin tocarla, sintiendo que la emoción la ahogaba. ¡Era la mariposa! Era el anillo de pelo de mamut del delgado dedo, con la uña pintada de granate, de la cantante. Maria gritó con toda su alma
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