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¿Sabéis, amigos, lo que ha hecho este criminal en la vida? ¿Este, este corderito inofensivo que veis aquí? Mató a la mujer con la que vivía cuando tenía la tienda en Buzău, le dio fuego, recogió las cenizas con una cuchara, las puso en un perol grande y se las comía por la mañana, eso es lo que hizo, y, después de comérselas, este bribón fue a la policía; aunque lo confesó todo él solito, le dieron una paliza que lo dejaron tonto, se pasó doce años en la cárcel, miradlo, este miserable, que lo veis en la puerta y pensáis que yo soy la loca, pero preguntadme qué es lo que ha hecho este hombre
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¿Qué figuras humanas representaban aquellos bronces? ¿Qué clase de reverencia ante la muerte era esa? Porque las estatuas aullaban mudas, enloquecidas por el pánico o por un atroz desgarramiento de las vísceras. Se les veía el paladar y las muelas hasta el fondo de la garganta, y allí, detrás de la campanilla, el color se volvía rojizo (tal vez por el reflejo del ocaso), como si el cuello y la tráquea fueran de carne, como si en la terrible coraza de bronce estuvieran encerrados unos cuerpos humanos todavía vivos, con los órganos blandos palpitantes y la sangre latiendo por los tubos de las
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Elegante, cautivador, con una cadenita de oro en la muñeca izquierda y unos zapatos puntiagudos, Cedric les contaba cómo era su Nueva Orleans natal, cómo era el barrio francés, les hablaba de las palmeras y los agaves, de los saxofones que sonaban y aullaban en miles de bares, de Bourbon Street, por donde pasaba cada primavera el desfile de Mardi Gras, y, sobre todo, les ha blaba de las siniestras ceremonias de vudú de los negros que se reunían en las afueras de la ciudad y llevaban a cabo unos ritos sangrientos a la luz de la luna, disfrazados con máscaras de plumas de loros.
El anillo de Mioara tenía también una piedra del marfil del mismo mamut; el austriaco había repujado en ella, con una aguja, la imagen de una mariposa con las alas extendidas y con las antenas enrolladas en dos espirales simétricas. Lo verdaderamente curioso era que, si uno se fijaba mejor, el ala derecha de la mariposa estaba trazada con una línea firme, mientras que la otra estaba compuesta por una serie de puntos ennegrecidos por el paso de los años.
Durante un rato se esforzaron por comprender qué había asustado tanto a Mioara. Concluyeron que solo podía ser la mariposa de piel rosada en la cadera de Maria, que la mujer alcanzó a ver cuando le bajó las bragas. Pero ¿por qué había reaccionado así? ¿Qué significaba esa mancha para la cantante? Recordaron que llevaba un anillo con una mariposa tallada en marfil. Las hermanas decidieron que tenían que ingeniárselas para descubrir qué estaba pasando de verdad, pero al día siguiente Bucarest fue bombardeado y aquella noche embrujada cayó en el olvido.
esas que, como tantos otros bucarestinos, se habían aburrido de tantas alarmas aéreas y se contentaban, en lugar de cualquier otra reacción, con santiguarse, hacer la señal de la cruz con la lengua y murmurar por enésima vez, distraídas, «¡Mándalos a Ploieşti, Señor!».
Una mano delicada, como pintada por un renacentista, descansaba, amputada desde la muñeca, sobre un trozo de tocino atado con una cuerda. Del corte, como los filamentos de una medusa, surgían los extremos de las venas y los nervios. En uno de los dedos brillaba la piedra blanca de un anillo. A Maria le dio un vuelco el corazón. Corrió hacia la mano, el vestido se le enganchó en unos alambres. Se agachó, sin tocarla, sintiendo que la emoción la ahogaba. ¡Era la mariposa! Era el anillo de pelo de mamut del delgado dedo, con la uña pintada de granate, de la cantante. Maria gritó con toda su alma
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