Gibson le agradeció el té helado y se marchó. Lloyd permaneció sentado donde estaba un rato más, acariciando aquel pelaje gris nuboso. Luego dejó en el suelo a su perrita para que fuera a ocuparse de sus cosas mientras él se encargaba de las suyas. Así era la vida: te atrapaba y lo único que podías hacer era vivirla.