A principios de los años ochenta, la inmensa mayoría de las casi cuatro mil entidades de ahorro y préstamo que seguían operando eran insolventes. En vista del coste de sanearlas y de la ideología del libre mercado dominante en la época de Reagan, el camino más fácil era desregular y flexibilizar las normas de capital con la esperanza de que pudieran salir por sí solas del atolladero. Los bancos comerciales sobrevivieron a esta prueba de fuego; las entidades de ahorro y préstamo, no. Más de un millar quebró. La mayor parte de las restantes fueron rescatadas, compradas o fusionadas. Los costes
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