Cuando la crisis hipotecaria se propagó como un virus letal por las zonas urbanas de Estados Unidos en 2007-2008, los analistas europeos adoptaron el discurso de que se trataba de una crisis nacional estadounidense. El capitalismo financiero «salvaje», al igual que la guerra de Irak y la negación del cambio climático, formaban parte de una variante angloestadounidense y tóxica de la modernidad.1