Gabriella

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Aegon no solo accedió a perdonar la vida a la Serpiente Marina, sino que llegó más lejos y le restituyó sus cargos y honores, incluido el puesto en el consejo privado. Sin embargo, el príncipe no tenía sino diez años, y aún no era rey. Los decretos de su alteza, todavía sin coronar ni ungir como monarca, no tenían peso legal. Incluso después de la coronación seguiría estando sujeto a un regente o a un consejo de regencia hasta cumplir los dieciséis años.
Fuego y sangre
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