Estoy harta de confesión constante. Detesto pecar. Me causa dolor seguir errando y alejándome, hacer cosas que no debiera, caer siempre de bruces en tierra, sufriendo al ver que ofendo de manera lamentable al Dios que amo. Mi corazón está sucio y manchado, y eso me impulsa a buscar al Señor de rodillas (al menos en forma metafórica).

