More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
«Sí que tengo una fecha de nacimiento, igual que usted —habría querido decirles a las voces—, pero la mía cambia. ¿Acaso no le gustaría poder cambiar el día de su cumpleaños?»
La quietud nace de la pura inmensidad; apacigua con su propia magnitud, que vuelve intrascendente lo meramente humano. Esa hipnosis alpina, ese enmudecimiento del drama humano, conformó a Gene.
—Tenemos una buena provisión de comida —dijo—. Tenemos gasolina y agua. Lo que no tenemos es dinero. —Sacó de la cartera un billete de veinte y lo estrujó—. No me refiero a este dinero falso. En los Días de Abominación no valdrá nada. La gente cambiará billetes de cien dólares por un rollo de papel higiénico.
La persona en que te conviertas, la persona que llegues a ser, es quien siempre has sido. Ha estado en ti desde el principio. No en Cambridge, sino en ti. Eres oro. Y que regreses a la BYU, o incluso a la montaña donde naciste, no cambiará quien eres. Es posible que cambie la manera en que te ven los demás, y aun la manera en que te ves a ti misma, pues hasta el oro parece mate con cierta iluminación. Sin embargo, eso solo es la apariencia. Y siempre lo ha sido.
«Cuando la vida misma parece loca, ¿quién sabe dónde está la locura?»
El sentimiento de culpa es el miedo a nuestra propia vileza. No guarda relación con otras personas.