Hasta el día de hoy, cada vez que llegamos a una casa de alquiler en Hawái o en Martha’s Vineyard, una de las primeras cosas que hace es buscar una habitación vacía que le sirva como agujero de vacaciones. Una vez allí, alterna entre los seis o siete libros que lee a la vez y tira sus periódicos al suelo. Para él, su agujero es una especie de santuario donde concibe ideas y la lucidez lo visita. Para mí, es una leonera desordenada y desmoralizante. Uno de los requisitos de todos los agujeros, estén donde estén, es que tengan una puerta que yo pueda cerrar.

