Mi historia
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Read between September 23 - October 20, 2019
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La idea era que las muñecas y los cubos necesitaban que yo les insuflara vida, cosa que hacía diligentemente imponiéndoles una crisis personal tras otra. Como cualquier deidad que se precie, yo estaba allí para verlos sufrir y crecer.
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No pensaba dejar que la opinión de una sola persona diera al traste con todo lo que creía saber sobre mí misma.
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En realidad, era sencillo: lo primero era que odiaba ser abogada. No estaba hecha para ese trabajo. Aunque se me daba muy bien, me sentía vacía al hacerlo. Reconocerlo me desazonaba, habida cuenta de lo mucho que me había esforzado y la considerable deuda que había acumulado para llegar donde estaba.
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Mi madre, que acababa de conducir una hora para recogerme en el aeropuerto, que estaba permitiéndome vivir sin pagar alquiler en el piso de arriba de su casa y que tendría que levantarse de madrugada a la mañana siguiente para ayudar a mi padre, inválido, a prepararse para ir a trabajar, no estaba precisamente dispuesta a soportar mi desazón sobre mi realización personal.
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Perder a mi padre exacerbó en mí la sensación de que no había tiempo que perder dando vueltas a cómo debería ser mi vida. Había muerto con tan solo cincuenta y cinco años. Suzanne, con veintiséis. La lección era
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sencilla: la vida es corta y no hay que desperdiciarla. Si me moría, no quería que la gente me recordase por los montones de documentos legales que había redactado o las marcas comerciales corporativas que había ayudado a defender. Estaba convencida de que tenía más cosas que ofrecer al mundo. Había llegado el momento de hacer algo.
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En pocas palabras: Barack creía y confiaba cuando otros no lo hacían. Tenía una fe sencilla y a prueba de decepciones según la cual, si uno se mantenía fiel a sus principios, las cosas acabarían saliendo bien.
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Para empezar, la cabeza de Barack era como una maleta llena a reventar de información, una enorme y potente computadora central que podía extraer datos de todo tipo cuando así lo deseaba. Yo lo llamaba «el hombre de los datos» porque parecía que tenía una estadística apropiada para cualquier pequeño asunto que surgiera durante una conversación. Su memoria parecía casi fotográfica.
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Hasta el día de hoy, cada vez que llegamos a una casa de alquiler en Hawái o en Martha’s Vineyard, una de las primeras cosas que hace es buscar una habitación vacía que le sirva como agujero de vacaciones. Una vez allí, alterna entre los seis o siete libros que lee a la vez y tira sus periódicos al suelo. Para él, su agujero es una especie de santuario donde concibe ideas y la lucidez lo visita. Para mí, es una leonera desordenada y desmoralizante. Uno de los requisitos de todos los agujeros, estén donde estén, es que tengan una puerta que yo pueda cerrar.
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Los sueños de mi padre se publicó por fin en Estados Unidos en el verano de 1995. Aunque cosechó buenas críticas, las ventas fueron modestas, pero eso era lo de menos. Lo importante era que Barack había conseguido condensar la historia de su vida encajando las diversas piezas de su identidad, con elementos de África, Kansas, Indonesia, Hawái y Chicago, dotando a su persona de cierta unidad a través de la escritura.