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June 26 - December 3, 2022
De manera que cuando Valdivia aparece, cuenta con el apoyo de Atepudo, Quilicanta y Loncomilla (otro jefe), los enemigos acérrimos de Michimalonco y Tanjalonco.
Valdivia capturó a un niño mapuche que le serviría como paje durante los próximos años: se llamaba Leftraru o, como le decían los españoles, Lautaro. Luego de Andalién, Valdivia dejó a un lado sus modales políticos: cercenó orejas y narices de buena parte de los prisioneros, para que fueran a aterrorizar a sus comunidades. La acción se le devolvería con todo.
Todo esto fue la base de un nuevo tipo de indio: el «indio de Chile», diferente al mapuche que guerreaba en el sur, parte integrante de la economía y la sociedad colonial, sujeto de abusos pero también de remuneración y preocupación del amo español y, con el correr del tiempo, la base genética de la mayor parte de los chilenos de hoy.
Guill tenía una idea que proponerles que le parecía novedosa, y en cierto modo lo era: que vivieran en pueblos. En su territorio, pero en pueblos. Estos pueblos serían organizados por los capitanes de amigos, pero apoyados por un nutrido contingente de españoles. No hubo caso: en enero de 1767 el cacique Curiñancu encabezó una rebelión general que destruyó los pocos inmuebles que los españoles habían alcanzado a levantar.
Las ideas de ambos habían quedado plasmadas en un manifiesto que adelantaba buena parte de lo que sería la república del siglo siguiente y ciertos sueños sociales propios del siglo XX: independencia total de Chile, un senado, fin de la esclavitud, libertad de comercio con todo el mundo, incluso España, fraternidad de todos los hombres de la especie sapiens, tierra repartida en partes iguales, fin a las jerarquías sociales.
militar para entregárselo al héroe de la jornada, Santiago Liniers, que ejerció como virrey interino, mientras Sobremonte se iba
Este primer gobierno de José Miguel Carrera, que duró aproximadamente un año, fue prolífico en la creación de instituciones: el Instituto Nacional y la Biblioteca Nacional provienen de este álgido año carrerino.
Mientras Carrera fue frontal contra San Martín, y le exigía una y otra vez que le diera permiso para ir a Buenos Aires y arreglar las cosas con sus jefes, O’Higgins tomó la alternativa contraria: él y San Martín forjaron una amistad personal y política. Esta sería una alianza liderada por los argentinos, sobre la base del interés de derrotar al virrey por la vía marítima, a la que O’Higgins suscribiría completamente, mientras que Carrera la rechazaría por completo.
Aparentemente, estos sobrenombres provienen de un café que había en calle Ahumada, en Santiago, donde los mozos llamaban despectivamente «pipiolos» a quienes llegaban pidiendo rebajas (por el piar de los pollos, que también piden migajas), mientras que a quienes solicitaban coñac y platos caros y suculentos se les llamaba «pelucones»
Así, la «nación chilena» pasaba de ser una entelequia de tertulias y afrancesados, a una identidad. Comenzaba así el nacionalismo chileno: arriba en épocas de guerra, medio apagado en épocas de prosperidad, pero presente hasta el día de hoy en esta particular alianza retórica entre la elite y el pueblo.
En 1842, Lastarria y otros profesores del Instituto Nacional fundaron la Sociedad Literaria de Santiago. La institución no era un asunto meramente estético, sino político y cultural:
Para este punto del tiempo, con la universidad recién fundada, la alianza entre el Estado portaliano y la ilustración muestra sus primeras fracturas. Bello, que siempre fue un militante del partido del orden, era algo muy distinto de sus jóvenes estudiantes para quienes la república conservadora era el equivalente a la colonia.
Pero de alguna manera la idea de progreso había llegado también al campo, y en las zonas cercanas a Santiago hubo algo de avances en maquinarias y caminos. Esto fue el comienzo de un gran contraste entre las viejas formas del campo, con sus relaciones de jerarquía entre patrones y peones, y el progreso que traía el capitalismo global. El campo necesitaba no solo a los peones como mano de obra, sino que en la república los patrones también los requerían como masa electoral manipulable. Esta tensión entre el Chile «nuevo» y el Chile «viejo» existiría por más de un siglo.
La periodista Martina Barros había dado un impulso monumental a la causa de la igualdad de género al traducir, en 1872, el ensayo «La esclavitud de la mujer». Esta era una obra internacional de gran impacto, escrita a medias por el filósofo inglés John Stuart Mill, su mujer Harriet Taylor y muy probablemente, la hija de ambos, Helen.
La razón era un alza en las tarifas del transporte público. Al final del día tres, había al menos veintiún muertos. La imprenta «Horizonte», propiedad del todavía proscrito Partido Comunista, fue allanada —y saqueada— por la policía, aunque los principales impulsores de la protesta habían sido los estudiantes de la Universidad de Chile. Ibáñez decretó el estado de sitio[10]
Aylwin realizó algo que Pinochet, dado su registro en derechos humanos, jamás hubiera podido hacer: tratados de libre comercio con otros países. Comenzaron con México en el 91, continuaron con Colombia, Venezuela —entonces un país rico— y Canadá. Estados Unidos, Japón y la Unión Europea vendrían en gobiernos posteriores. Una reforma al mercado de capitales sería aún más arriesgada que la diseñada por José Piñera: se flexibilizaron las posibilidades de inversión de los fondos de pensiones hacia otras empresas, fondos de inversión y el extranjero.
final de su mandato, Aylwin lo había hecho mejor que Pinochet: 7,7% de crecimiento del periodo, más de quince puntos porcentuales de rebaja en la inflación, más de diez en el índice de pobreza, y veinte en la reducción de la deuda fiscal sobre la base del PIB.
Para Frei Ruiz-Tagle, el norte de su administración iba a ser el crecimiento económico. Los otros aspectos que habían marcado el gobierno de Aylwin quedarían en un segundo plano. El ingeniero proponía, como su padre el 64, un «gran salto adelante», un proceso modernizador. Pero a diferencia de la DC del 64, este impulso sería conectando a Chile con la economía globalizada capitalista.
Poco importaría, durante su campaña, si estas políticas eran de izquierda o derecha, mientras tuvieran, en las mentes de los electores, una funcionalidad, una calidad práctica. Aunque desde la Concertación le asignaron a esta estrategia un término despectivo, «cosismo», Lavín había conseguido cambiar el tipo de discusión en la campaña.
Para marzo de 2000, el impacto de la crisis económica comenzaba a retroceder y la promesa de un bravo nuevo milenio aparecía en los chilenos. Diecisiete años de crecimiento económico casi constante no habían pasado en vano. Aunque la desigualdad en los ingresos persistía en la vida chilena con índices de Gini que nunca habían bajado de los 52 puntos
No es que el país fuese precisamente rico, pero aquella pobreza dura, de personas sin ropa ni zapatos, de desnutrición infantil[4], de individuos que luchaban por no desfallecer, había dado paso a otra cosa: una incipiente clase media que —gracias a una progresiva universalización del crédito— accedía a bienes de consumo que valoraba. La posibilidad de que en Chile los hijos tuvieran una mejor posición económica que los padres era realidad.

