Distinto es todo cuando los enamorados aceptan el desafío de conocerse no solo en sus buenos sino también en sus malos humores, cuando no temen auscultar el lado oscuro del otro ni clausuran la entrada a su propio sótano, cuando comparten el camino, aunque no sea solo un sendero de rosas sino también un lecho de espinas, cuando además de sus aspectos encantadores pueden encontrarse con sus perfiles desagradables y no huir por ello. Cuando dejan sus ropajes de príncipes y princesas y, en ropa de fajina, empiezan a cavar bajo el sol ardiente e impiadoso los cimientos del edificio afectivo que se
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