Antes de que podamos analizar nuestros valores y nuestras prioridades, y cambiarlos por unos mejores y más sanos, primero debemos perder la certeza de nuestros valores actuales. Debemos arrancarlos intelectualmente, ver nuestras fallas y sesgos, ver cómo no encajan mucho con el resto del mundo; debemos mirar de frente nuestra propia ignorancia y admitirla, porque nuestra propia ignorancia es mucho más grande que nosotros.




