Este pasaje es crucial en el imaginario político de López Cuadras: el ejército es el poder inapelable que termina por destruir el tejido social sin distinciones entre civiles y traficantes. A su lado, la llamada “narcocultura” —significada en el culto a Malverde, el santo patrono de los “narcos”— aparece como una estampa folclórica tan irrelevante como los grupos de traficantes mismos.

