primera instancia, como la sumisión de los poderes oficiales y fácticos ante un narco que se impone como la autoridad máxima en el territorio nacional. En la reunión final, la cofradía criminal ha elegido a su Salvador y ha adoptado el dogma de sus enseñanzas y ejemplos, un orden teológico pospolítico extremo intersectado por la implacable lógica de la globalización. Así, el narco sobrepasa las estructuras del Estado y, amparado en el flujo transterritorial del capital, se impone con violencia por encima del desvencijado orden político estatal.

