Podemos estar sanos o enfermos, ser ricos o pobres, educados o ignorantes, guapos o feos: nada de esto importa. Es más, llegaron hasta el punto de afirmar que las posesiones terrenales se interponen en la práctica en el camino de la virtud: desarrollan en nosotros un apego por las cosas que no tienen importancia, así que estamos mejor sin ellas.