El gran enemigo de ésta es el constructivismo, la fatídica pretensión —así se titula el último libro de Hayek: Fatal Conceit (1989) (La fatal arrogancia)— de querer organizar, desde un centro cualquiera de poder, la vida de la comunidad, sustituyendo las instituciones surgidas sin premeditación ni control (la ley común, el kosmos) por estructuras artificiales y encaminadas a objetivos como «racionalizar» la producción, «redistribuir» la riqueza, imponer el igualitarismo y uniformar al todo social en una ideología, cultura o religión.
El constructivismo o planificación deteriora al libertarianismo porque plantea un punto central que controla diversas dimensiones del individuo.

