La ideología y la religión alcanzan de este modo la condición del reverso y el anverso de una misma medalla; el conocimiento pasa a ser, como la teología, un acto de fe. Ésa es una deriva inevitable, según Hayek, de la planificación. Ésta jamás puede limitarse a prefijar una política económica; está obligada por su dinámica interna a proyectarse, a controlar y orientar todas las actividades sociales, incluido el dominio intelectual, las ideas.

