El crecimiento inmoderado del Estado facilita la corrupción, sin duda, pero, en nuestros días, acaso la razón primordial por la que ha alcanzado la magnitud que tiene —algo que comparten países desarrollados y subdesarrollados, democráticos o autoritarios— es el desplome de los valores morales, sustentados en la religión o laicos, que en el pasado daban fuerza a la legalidad y que hoy día son tan débiles y minoritarios que, en vez de atajarla, estimulan la transgresión de las leyes en razón de la codicia.

