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los jóvenes cantaban en las calles de La Habana «Nikita, mariquita, / lo que se da / no se quita», por haber aceptado el líder soviético el ultimátum de Kennedy y haber sacado los cohetes de la isla. Sólo después se sabría que en este acuerdo secreto John Kennedy al parecer prometió a Jruschov que, a cambio de aquel retiro, Estados Unidos se abstendría de invadir Cuba y que retiraría los misiles Júpiter de Turquía.
en la URSS, ella representaba el progreso y el futuro, la patria donde, como decía Paul Éluard en un poema que yo me sabía de memoria, «No existen las putas, los ladrones ni los curas».
Camus y a darle la razón, comprendiendo que en su famosa polémica con Sartre sobre los campos de concentración en la URSS era él quien había acertado; su idea de que cuando la moral se alejaba de la política comenzaban los asesinatos y el terror,
nada representaba tanto el retorno a la «tribu» como el comunismo, con la negación del individuo como ser soberano y responsable, regresado a la condición de parte de una masa sumisa a los dictados del líder, especie de santón religioso de palabra sagrada, irrefutable como un axioma, que resucitaba las peores formas de la demagogia y el chauvinismo.
El liberalismo es una doctrina que no tiene respuestas para todo, como pretende el marxismo, y admite en su seno la divergencia y la crítica, a partir de un cuerpo pequeño pero inequívoco de convicciones. Por ejemplo, que la libertad es el valor supremo y que ella no es divisible y fragmentaria, que es una sola y debe manifestarse en todos los dominios —el económico, el político, el social, el cultural— en una sociedad genuinamente democrática.
Adam Smith, padre del liberalismo, quien, en ciertas circunstancias, toleraba incluso que se mantuvieran temporalmente algunos privilegios, como subsidios y controles, cuando el suprimirlos podía acarrear en lo inmediato más males que beneficios. Esa tolerancia que mostraba Smith para el adversario es quizás el más admirable de los rasgos de la doctrina liberal: aceptar que ella podría estar en el error y el adversario tener razón.
El Estado debe asegurar la libertad, el orden público, el respeto a la ley, la igualdad de oportunidades.
La igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades no significan la igualdad en los ingresos y en la renta, algo que liberal alguno propondría. Porque esto último sólo se puede obtener en una sociedad mediante un Gobierno autoritario que «iguale» económicamente a todos los ciudadanos mediante un sistema opresivo, haciendo tabla rasa de las distintas capacidades individuales, imaginación, inventiva, concentración, diligencia, ambición, espíritu de trabajo, liderazgo. Esto equivale a la desaparición del individuo, a su inmersión en la tribu.
Smith esbozó algunas de las ideas que desarrollaría más tarde, a partir de la tesis de David Hume de que «la propiedad es la madre del proceso civilizador».
Ciertas palabras son claves para entender este libro —simpatía (en el sentido de empatía), imaginación, propiedad, el espectador imparcial— y una pregunta a la que esta voluminosa averiguación quiere responder: ¿a qué se debe que la sociedad humana exista y se mantenga estable y progrese con el tiempo, en vez de desarticularse debido a las rivalidades, los intereses opuestos y a los instintos y pasiones egoístas de los hombres?
«la divina máxima de Platón»: no emplear más violencia contra el país de la que se emplea contra los padres
la traducción de La teoría de los sentimientos morales al español por Carlos Rodríguez Braun es excelente),
Dejó como albacea testamentario a David Hume, a quien debía ser enviado el manuscrito de La riqueza de las naciones si él moría sin haberlo terminado.
lo más notable y duradero del libro es el descubrimiento del mercado libre como motor del progreso.
Fue insólita la revelación de que, trabajando para materializar sus propios anhelos y sueños egoístas, el hombre común y corriente contribuía al bienestar de todos.
Resultó desconcertante para muchos lectores de La riqueza de las naciones descubrir que no es el altruismo ni la caridad, sino más bien el egoísmo, el motor del progreso: «No obtenemos los alimentos de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino de su preocupación por su propio interés.
El monopolio distorsiona la oferta y la demanda al conferir a un fabricante o a un comerciante el poder de alterar los precios para satisfacer su apetito de lucro; al eliminar la competencia, la calidad del producto degenera y el comercio, de ser un servicio, se convierte en explotación del comprador.
Afirma que los trabajadores bien pagados rinden más y que con su prosperidad está garantizada la paz social.
Toda la simpatía de Adam Smith se vuelca hacia las colonias inglesas en Norteamérica, los futuros Estados Unidos. Explica que han prosperado mucho más que las de España y Portugal porque Inglaterra les dio más libertad para producir y comerciar, a diferencia del severo control que Lisboa y Madrid imponían a sus colonias. Y, una vez más, subraya que las limitaciones al comercio constituyen «un crimen contra la humanidad».
Llama al diezmo que se paga a la Iglesia un impuesto «puramente negativo» pues no genera beneficio alguno ni al propietario, ni al arrendatario, ni al soberano, sólo a la Iglesia (lo que confirma el tibio creyente que era Adam Smith).
el artista de nuestro tiempo no quiere que su arte aparezca como una ilustración de la «vida verdadera»; por el contrario, aspira a crear una vida distinta a la real, una vida disociada de la vivida, fraguada de principio a fin por el arte mediante técnicas exclusivamente artísticas, por ejemplo, la metáfora.
Debussy deshumanizó la música y por eso data de él la nueva era del arte sonoro»,
venerar a Stalin, «el padrecito de los pueblos». El comunismo y el fascismo, dice Ortega, «dos claros ejemplos de regresión sustancial», son ejemplos típicos de la conversión del individuo en hombre-masa.
una nación es «un plebiscito cotidiano» en el que los miembros reafirman a diario, con sus conductas y apego a las leyes e instituciones, su voluntad de constituir una «unidad de destino» (la fórmula es de Ortega).
un Jorge Luis Borges o un Octavio Paz. Es hora de que la cultura de nuestro tiempo conozca y reconozca, por fin, como se merece, a José Ortega y Gasset.
Si tuviera que nombrar a los tres pensadores modernos a los que debo más, políticamente hablando, no vacilaría un segundo: Karl Popper, Friedrich August von Hayek e Isaiah Berlin.
Estudiante apático pero lector voraz, caminante y escalador de montañas desde su adolescencia hasta su ancianidad, su primera vocación todavía niño fue, por influencia de su padre, la botánica, la elaboración de un herbario, el intento de escribir una pequeña monografía sobre una orquídea (Orchis condigera) que nunca llegó a ver. Plural y curioso, en su adolescencia se interesó en la paleontología, en la teoría de la evolución, en el teatro.
1944, The Road to Serfdom (Camino de servidumbre): que la planificación centralizada de la economía socava de manera inevitable los cimientos de la democracia y hace del fascismo y del comunismo dos expresiones de un mismo fenómeno, el totalitarismo, cuyos virus contaminan a todo régimen, aun el de apariencia más libre, que pretenda «controlar» el funcionamiento del mercado.
Pero ambos eran liberales, aunque Keynes creía que cierta intervención estatal en la economía podía proteger mejor el capitalismo; Hayek rechazaba semejante idea.
Skidelsky, en la célebre división que estableció Isaiah Berlin entre zorros y erizos en su ensayo sobre Tolstói, Hayek era el erizo (que sabe una sola gran cosa) y Keynes el zorro (que sabe muchas cosas).
Los destinos humanos no están escritos, no se hallan trazados de manera fatídica. Individuos y sociedades pueden trascender los condicionamientos geográficos, sociales y culturales y alterar el orden de las cosas mediante actos, optando por ciertas decisiones y descartando otras. Por eso, porque gozan siempre de ese margen de libertad son responsables de su propio destino.
mercantilismo —las alianzas mafiosas del poder político y empresarios influyentes para, prostituyendo el mercado, repartirse dádivas, monopolios y prebendas—.
Hayek: «Pero en realidad nuestra civilización es en gran medida un resultado imprevisto y no pretendido de nuestro sometimiento a las reglas morales y legales que no fueron nunca inventadas con un resultado prefijado, sino que crecieron porque las sociedades que poco a poco las fueron desarrollando se impusieron en cada caso sobre otros grupos que seguían reglas diferentes, menos favorables al desarrollo de la civilización»[35]
El gran adversario de la civilización es, según Hayek, el constructivismo o la ingeniería social, la pretensión de elaborar intelectualmente un modelo económico y político y querer luego implantarlo en la realidad, algo que sólo es posible mediante la fuerza —una violencia que degenera en dictadura— y que ha fracasado en todos los casos en que se intentó.
El crecimiento inmoderado del Estado facilita la corrupción, sin duda, pero, en nuestros días, acaso la razón primordial por la que ha alcanzado la magnitud que tiene —algo que comparten países desarrollados y subdesarrollados, democráticos o autoritarios— es el desplome de los valores morales, sustentados en la religión o laicos, que en el pasado daban fuerza a la legalidad y que hoy día son tan débiles y minoritarios que, en vez de atajarla, estimulan la transgresión de las leyes en razón de la codicia.
Uno de los más brillantes capítulos de Camino de servidumbre es el undécimo: «El final de la verdad». No es económico, sino político y filosófico. Trata sobre la función primordial de las mentiras y la manera como se vuelven verdades en los regímenes totalitarios. Parte de una diferencia esencial entre los gobiernos dictatoriales y los totalitarios; a los primeros les interesa el ejercicio del poder autoritario y nada más que ejercitarlo (y a menudo robar); a los segundos, en cambio, aunque también suelen robar, les importan las ideas que ellos consideran verdades absolutas y por eso hacen
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Para Karl Popper la verdad no se descubre: se va descubriendo y este proceso no tiene fin.
Cierto, nadie ha refutado todavía con éxito que la tierra sea redonda. Pero Popper nos aconseja que, contra todas las evidencias, nos acostumbremos a pensar que la tierra, en verdad, sólo está redonda, porque de algún modo, alguna vez, el avance de la racionalidad y de la ciencia podría desplomar aquéllas, como lo ha hecho ya con tantas verdades que parecían inconmovibles.
«Soy un optimista. Soy un optimista en un mundo en el que la intelligentsia ha decidido que uno debe ser un pesimista si quiere estar a la moda»[49]
«Quand ça devient trôp bête, je cesse de comprendre» («Cuando la idiotez prevalece, yo dejo de entender»)[67]
el mito del proletariado luchador y revolucionario en países donde la mayoría de los obreros aspiraba a cosas menos trascendentes y más prácticas: tener casa propia, un coche, seguridad social y vacaciones pagadas, es decir, aburguesarse.

