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Resultó desconcertante para muchos lectores de La riqueza de las naciones descubrir que no es el altruismo ni la caridad, sino más bien el egoísmo, el motor del progreso:
El monopolio distorsiona la oferta y la demanda al conferir a un fabricante o a un comerciante el poder de alterar los precios para satisfacer su apetito de lucro; al eliminar la competencia, la calidad del producto degenera y el comercio, de ser un servicio, se convierte en explotación del comprador.
jergas o dialectos especializados y herméticos a cuya sombra, muchas veces, se esconde no la complejidad y la hondura científica, sino la prestidigitación verbosa y la trampa.
La obra entera de Hayek es un prodigioso esfuerzo científico e intelectual para demostrar que la libertad de producir y comerciar no sirve de nada —como lo comprobaron la ex-Unión Soviética, las repúblicas ex socialistas de Europa Central y las democracias mercantilistas de América Latina— sin un orden legal estricto y eficiente que garantice la propiedad privada, el respeto de los contratos y un poder judicial honesto, capaz e independiente del poder político.
el liberalismo no consiste en liberalizar los precios y abrir las fronteras a la competencia internacional, sino en la reforma integral de un país, en su privatización y descentralización a todos los niveles, y en transferir a la sociedad civil —a la iniciativa de los individuos soberanos— las decisiones económicas esenciales.
El intelectual está convencido de que, elaborando racionalmente un modelo justo y equitativo de sociedad, éste se puede imponer a la realidad. De ahí el éxito del marxismo en el medio intelectual. Esta creencia le parece a Hayek «la expresión de una soberbia intelectual que es lo contrario de la humildad intelectual que constituye la esencia del verdadero liberalismo, que considera con respeto aquellas fuerzas espontáneas a través de las cuales los individuos crean cosas más importantes que las que podrían crear intencionadamente»
Repartir la pobreza no trae riqueza a nadie y sólo contribuye a universalizar la pobreza. La libertad, nos dice Hayek, es inseparable de una cierta desigualdad. Lo que cabe precisar es que, para ser éticamente aceptable, esa desigualdad sólo debería reflejar aquellas diferencias de talento y esfuerzo de las empresas humanas y no resultar en caso alguno del privilegio
«Tolerance should not include the advocacy of intolerance
Revel, como Orwell en los años treinta, optó por una actitud relativamente sencilla, pero que pocos pensadores de nuestros días han practicado: el regreso a los hechos, la subordinación de lo pensado a lo vivido. Decidir en función de la experiencia concreta la validez de las teorías políticas resulta hoy revolucionario, pues la costumbre que ha cundido y que, sin duda, ha sido la rémora mayor de la izquierda de nuestros días es la opuesta: determinar a partir de la teoría la naturaleza de los hechos, lo que conduce generalmente a deformar éstos para que coincidan con aquélla. Nada más absurdo
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