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August 20 - September 7, 2024
Estar tumbado no era para Oblómov una necesidad como lo es para el enfermo o para el que tiene sueño, ni una casualidad como para el que está cansado, ni siquiera un placer como para el perezoso: era su estado normal.
dividía en dos partes: una la constituían el trabajo y el aburrimiento, ambos eran sinónimos para él; la otra, el disfrute apacible de la vida. Por ello, el campo principal, el campo del trabajo, lo desconcertó desde el principio del modo más desagradable.
Después de haber confiado a los cielos el cuidado de su destino, recobraba la tranquilidad y la indiferencia ante todo lo existente, y dejaba que la tormenta se las arreglase como pudiese.
Sintió tristeza y dolor por su falta de preparación, por haber detenido el desarrollo de sus fuerzas morales, por su indolencia, que era la causa de todo; le roía la envidia al pensar que otros llevaban una vida plena, y que él, como pesada piedra, yacía tirado en el estrecho y mísero sendero de su existencia.
Su actividad vital había disminuido hasta un grado microscópico, pero ni aun así era capaz de enfrentarse a los hechos; no era él quien pasaba de unos a otros, sino eran ellos los que lo llevaban como de ola en ola; por sí solo no tenía fuerzas para oponer a unos una voluntad firme o bien dejarse llevar por la razón frente a los otros.
–Creo que hasta el vivir te da pereza, ¿no es cierto? –preguntó Shtolz. –Es cierto, Andréi, me da pereza.
¿Sabes, Andréi? –continuó diciendo–, jamás ardió en mi vida ningún fuego ni salvador ni destructor. Al contrario de lo que suele sucederle a los demás, mi vida no fue nunca un amanecer que poco a poco adquiere color para convertirse luego en un mañana radiante, cuando todo bulle y se mueve en el esplendoroso mediodía, y se desvanece paulatinamente para extinguirse con toda naturalidad y poco a poco al anochecer. No, mi vida empezó apagándose. Parece extraño, pero así es. Desde el primer instante que tuve conciencia de mí mismo, ya sentí que declinaba. Empecé a declinar en la oficina, copiando
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Ahora o nunca!» «¡Ser o no ser!» Oblómov intentó levantarse del sillón, pero sus pies no acertaron de golpe con las zapatillas y volvió a sentarse.
Y cómo iba a entender que en ella se había producido lo mismo que se produce en el hombre a los veinticinco años con ayuda de veinticinco profesores, diversas bibliotecas, numerosos viajes por el mundo, tras haber perdido, a veces, cierto aroma moral, frescor de ideas y algo de pelo. Olga había entrado en la esfera de la conciencia y fue fácil para ella, no le costó gran cosa.
–Cuando no sabes para qué vives, se vive de cualquier modo, día tras día, te alegras de que haya transcurrido el día, de que haya llegado la noche y en sueños te olvidas de esa aburrida pregunta: ¿para qué he vivido este día, para qué voy a vivir mañana?
El hombre, bien se somete al destino, siguiendo una difícil trayectoria, y entonces el organismo recobra lenta y gradualmente todas sus funciones, bien es vencido por el dolor y no vuelve a recobrarse. Claro que eso depende de cómo sean el dolor y el hombre.