Y esa palabra: suspenso, cae como una losa sobre su cabeza y, lo peor de todo, sobre sus recuerdos. Porque ese suspenso comienza a despertar el dragón que hasta ese momento permanecía dormido en su espalda. Nota un escalofrío que le atraviesa el cuerpo desde las nalgas hasta el cuello. Se estremece. Se quita las gafas y se levanta asustada: sabe que el dragón se despierta muy pocas veces, pero si lo hace, después tarda mucho en dormirse, demasiado.

