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siempre excesiva, demasiado agresiva, demasiado ruidosa, demasiado gorda, demasiado brutal, demasiado hirsuta, demasiado viril, me dicen.
Me alegro de lo que soy, de cómo soy, más deseante que deseable.
Porque el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, a parte del hecho de que parece
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disimulan lo que acaban de conseguir, se sitúan en la posición de la seductora, incorporándose de este modo a su papel, de modo tan ostentoso que ellas mismas saben que —en el fondo— se trata simplemente de un simulacro. El acceso a los poderes tradicionalmente masculinos implica el miedo al castigo. Desde siempre, salir de la jaula
En el mismo orden de cosas, la maternidad se ha vuelto una experiencia femenina ineludible, valorada por encima de cualquier otra: dar la vida es fantástico. La propaganda «promaternidad» nunca ha sido tan martilleante. Menudo camelo, el método contemporáneo y sistemático de la doble obligación «tened hijos, es fantástico, os sentiréis más mujeres y más realizadas que nunca», pero hacedlo en una sociedad decadente en la que el trabajo asalariado es una condición de la supervivencia social, aunque no está garantizado para nadie, y menos para las mujeres. Traed hijos a ciudades donde la vivienda
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En cualquier cosa que emprendan, debemos poder demostrar que ellas lo han hecho mal.
El ciudadano de la dictadura vuelve a la condición de bebé: con los pañales bien limpios, bien alimentado y mantenido en su cuna por una fuerza omnipresente que todo lo sabe, que tiene todos los
Las pocas veces que he intentado contarlo, he esquivado la palabra «violación»: «una agresión», «un lío», «un agarrón», «una mierda», whatever… Mientras no lleva su nombre, la agresión pierde su especificidad, puede confundirse con otras agresiones, como que te roben, que te pille la policía, que te arresten o que te peguen una paliza.
pensar la violación como un riesgo inevitable, inherente a nuestra condición femenina.
Estoy furiosa contra una sociedad que me ha educado sin enseñarme nunca a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que esa misma sociedad me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no debería reponerme.
Odiaba trabajar. Me deprimía la cantidad de tiempo que me robaba, lo poco que ganaba y la facilidad con que me gastaba el dinero.
Lo que me da rabia no es lo que los hombres hacen o son, sino lo que quieren impedirme que haga o lo que quieren obligarme a hacer.
Que les parece normal ser una mantenida, que se la lleve de viaje, que se la mime.
El orgasmo al que debemos llegar es el que nos procura el macho.
Cuando te vuelves una chica pública, te dan palos por todos lados, de una manera muy particular. Pero no hay que quejarse porque está mal visto. Hay que tomárselo con buen humor y con distancia y tener un buen par de cojones para aguantarlo.
Hay que ser una víctima digna. Es decir, que se sepa callar. La palabra les ha sido siempre confiscada. Peligrosa, ya lo hemos entendido. ¿A quién podría
Cuanto más escasa es la virilidad de un tipo, más atento está a lo que hacen las mujeres.
¿Querer ser un hombre? Yo soy mejor que eso. No me interesa el pene. No me interesa ni la barba ni la testosterona, yo tengo todo el coraje y la agresividad que necesito.
Hay hombres que están hechos para ocuparse del jardín, de la decoración interior y para llevar a los niños al parque; y mujeres con un cuerpo capaz de agujerear la cabeza de un mamut, de hacer ruido y de tender emboscadas.
las madres no son intrínsecamente ni buenas ni valientes ni cariñosas, ni tampoco los padres, eso depende en cada
El verdadero coraje. Confrontarse con lo nuevo. Posible. Mejor. ¿Fracaso en el trabajo? ¿Fracaso en la familia? Buenas noticias. Puesto que cuestiona, inmediatamente, la virilidad. Otra buena noticia. De estas tonterías, ya hemos tenido bastante.

