Tiene la mirada fija en la carretera, pero algo le hace apretar los dientes. Una de sus manos, la misma con la que le dio el primer golpe y luego mató a Uche, tiembla mientras sostiene las riendas. Nassun no sabe si sigue rabioso, quizá no haya dejado de imaginarse matando a Uche. La niña no entiende por qué, y no le gusta. Pero quiere a su padre, le tiene miedo, lo adora y, por consiguiente, una parte de ella quiere tranquilizarlo. «¿Qué he hecho yo para que ocurra algo así?», se pregunta. Y la respuesta que se le ocurre es: «Mentiste, y las mentiras siempre son malas.» Pero ella no fue quien
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