tinim

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pensar que casi me enamoro de la piel de sus manos, de su pecho, de sus pies que nunca habían pisado tierra áspera en su vida y de sus ojos que cuando te dedicaban la otra mirada, la de semblante dulce, te portaban el milagro de la resurrección. Nunca era demasiado tiempo el que pasabas mirándolos, sino que necesitabas seguir al tanto para averiguar por qué no podías evitarlo.
Llámame por tu nombre
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