Yo estaba presente cuando el Verbo, muerto en la cruz, ascendió a los cielos llevando en su seno el alma del ladrón crucificado a su derecha, oí los jubilosos gritos de los querubines que cantaban y vociferaban «hosanna» y el estrepitoso clamor de éxtasis de los serafines, que retumbó en el cielo y en todo el universo. Y yo, lo juro por lo más sagrado, quería sumarme al coro y gritar «hosanna» como todos. Tenía el grito en la punta de la lengua, estaba a punto de salírseme del pecho (sí, soy muy impresionable y muy sensible a todo lo artístico), pero el sentido común (ay, la cualidad más
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