La cuestión de las creencias es curiosa, pues depende tanto del asombro de la infancia como de la esperanza ciega de la ancianidad; en el mundo entero no hay alguien que no crea en algo. Es posible sugerir y difícil refutar que siempre habrá algo, por exótico que sea, que será creído por alguien. Por otro lado, la creencia abstracta es imposible en términos generales; es la concreción, la materialidad del cáliz, del cirio, de la piedra de los sacrificios, lo que afianza la creencia. La estatua no es nada hasta que llora, y la filosofía no es nada hasta que el filósofo se convierte en mártir.