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—Estoy segura de que Lionel habría evitado morirse, tía Fanny, de haber sabido que su funeral interferiría con mi sesión de backgammon.
Quizás el carácter de la casa resulte de interés.
El primer señor Halloran, padre de Richard y de la tía Fanny —llamada Frances Halloran por aquel entonces—, había sido un hombre que, ante el asombro de descubrir de pronto que poseía una riqueza inmensa, no había podido idear algo mejor que hacer con su dinero que crear con él su propio mundo.
Pero entonces, para sorpresa embarazosa de todos los presentes, ninguno de los cuales había tenido oportunidad de creer que la tía Fanny fuera capaz de hacer una sola cosa sobria, definitiva, directa y certera, la tía Fanny se desmayó.
La cuestión de las creencias es curiosa, pues depende tanto del asombro de la infancia como de la esperanza ciega de la ancianidad; en el mundo entero no hay alguien que no crea en algo. Es posible sugerir y difícil refutar que siempre habrá algo, por exótico que sea, que será creído por alguien. Por otro lado, la creencia abstracta es imposible en términos generales; es la concreción, la materialidad del cáliz, del cirio, de la piedra de los sacrificios, lo que afianza la creencia. La estatua no es nada hasta que llora, y la filosofía no es nada hasta que el filósofo se convierte en mártir.
Mientras Essex se afanaba en acomodar cajas de leche larga vida y aceitunas enlatadas y sopa enlatada en los estantes de la biblioteca, el capitán y la señora Willow empaparon los libros de querosene y los vieron arder en el asador.