El olvido que seremos
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Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra.
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Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres.
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Como si me hubieran metido en una cárcel sin yo haber cometido ningún delito. Odiaba ir al colegio: las filas, los pupitres, la campana, los horarios, las amenazas de las hermanas ante una sombra de alegría o un atisbo de libertad. Mi primer colegio, La Presentación —que era donde había estudiado mi mamá y donde estudiaban todas mis hermanas— también era de monjas.
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«A este niño le falta mano dura». Pero mi papá le respondía: «Si le hace falta, para eso está la vida, que acaba dándonos duro a todos; para sufrir, la vida es más que suficiente, y yo no le voy a ayudar».
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Era una sensación de miedo mezclada con euforia. Era como la agitación que se siente antes de ver el mar, cuando uno huele en el aire que está cerca, y hasta oye los bramidos de las olas a lo lejos, pero no lo vislumbra todavía, sólo lo intuye, lo presiente y lo imagina.
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Yo lo quiero como es, entero, con todas sus cualidades y todos sus defectos, y me gustan de él hasta las cosas en que no estamos de acuerdo
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Los humanos, en el dolor más hondo, podemos sentirnos confortados si en la pena nos conceden una rebaja menor.
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porque la vida, después de casos como este, no es otra cosa que una absurda tragedia sin sentido para la que no vale ningún consuelo.
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Cuando uno lleva por dentro una tristeza sin límites, morirse ya no es grave.
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La compasión es, en buena medida, una cualidad de la imaginación: consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de imaginarse lo que sentiríamos en caso de estar padeciendo una situación análoga.
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El Estado, concretamente el ejército, ayudado por escuadrones de asesinos privados, los paramilitares, apoyados por los organismos de seguridad y a veces también por la policía, estaba exterminando a los opositores políticos de izquierda, para «salvar al país de la amenaza del comunismo», según ellos decían.
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«Están exterminando la inteligencia, están desapareciendo a los estudiantes más inquietos, están matando a los opositores políticos, están asesinando a los curas más comprometidos con sus pueblos o sus parroquias, están decapitando a los líderes populares de los barrios o de los pueblos. El Estado no ve sino comunistas y peligrosos opositores en cualquier persona inquieta o pensante».
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Son muy distintos los ambientes físicos, culturales y sociales en que nacen, por ejemplo, los niños de los ricos y los niños de los pobres en Colombia. Los primeros nacen en casas limpias, con buenos servicios, con biblioteca, con recreación y música. Los segundos nacen en tugurios o en casas sin servicios higiénicos, en barrios sin juegos ni escuelas, ni servicios médicos.
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pero abominaba esa muerte violenta que evidentemente le estaban preparando. Eso es lo más doloroso y lo más inaceptable. Este libro es el intento de dejar un testimonio de ese dolor, un testimonio al mismo tiempo inútil y necesario.
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Ya somos el olvido que seremos.
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«Vivimos en un país que olvida sus mejores rostros, sus mejores impulsos, y la vida seguirá en su monotonía irremediable, de espaldas a los que nos dan la razón de ser y de seguir viviendo. Yo sé que lamentarán la ausencia tuya y un llanto de verdad humedecerá los ojos que te vieron y te conocieron. Después llegará ese tremendo borrón, porque somos tierra fácil para el olvido de lo que más queremos. La vida, aquí, están convirtiéndola en el peor espanto. Y llegará ese olvido y será como un monstruo que todo lo arrasa, y tampoco de tu nombre tendrán memoria. Yo sé que tu muerte será inútil, y ...more
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Este lugar común es el que afirma que la actual violencia política que padecemos en Colombia es ciega e insensata. ¿Vivimos una violencia amorfa, indiscriminada, loca? Todo lo contrario. El actual recurso al asesinato es metódico, organizado, racional. Es más, si hacemos un retrato ideológico de las víctimas pasadas podemos ir delineando el rostro preciso de las futuras víctimas. Y sorprendernos, quizá, con nuestra propia cara».