Llanogrande, en tierra fría, que tío Luis, el cura enfermo, le había regalado a mi mamá con sus ahorros de toda la vida, y como la situación estaba mejor mi papá hasta me había comprado un caballo, Amigo, así lo habíamos puesto, Amigo, un táparo flaco y moro, desgarbado, con la misma estampa de Rocinante, cada semana más flaco, en las costillas, porque no había pasto en la finca, pero que a mí me parecía un potro árabe, por lo menos, o un purasangre andaluz, cuando salía a galopar por los caminos que pasaban cerca de la finca, y desde eso confundo