Digamos que ya no fue posible para nadie volver a ser plenamente feliz, ni siquiera por momentos, porque en el mismo instante en el que nos mirábamos en un rato de felicidad, sabíamos que alguien faltaba, que no estábamos completos, y que entonces no teníamos derecho a estar alegres, porque ya no podía existir la plenitud. Hasta en el límpido cielo del verano habrá siempre en alguna parte del horizonte, para nosotros, una nube negra.