A raíz de las conversaciones con mi papá (más que por las lecturas, que yo no era capaz de entender todavía), en el colegio, a veces en secreto y a veces públicamente, yo me alineaba con los rusos en una hipotética guerra contra los americanos. Claro que esta fe compartida me duró poco, pues cuando a mi papá lo invitaron a hacer un viaje por la Unión Soviética, a principios de los años setenta, y comprobó que la propaganda de Selecciones tenía mucho de verdad, regresó con una desilusión absoluta sobre los logros del «socialismo real», y sobre todo escandalizado con los niveles insoportables
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