«¿Fue Cristo un vociferador?», se preguntaba. Y decía: «Antes podíamos dormir; caer en la nada, en el vacío místico del sueño. El hispano-catolicismo nos vino a saquear los nervios. Eso es el falangismo: ruido, nada, algarabía. Confunden la religión de Cristo con una corrida de toros. Orgías matinales; gritos del siglo del oscurantismo». Mi papá también apoyaba este punto de vista y sostenía, irónico, que el Padre Eterno no era sordo como para que hubiera que gritarle tanto, y que si se daba el caso de que Dios fuera sordo, como a veces parecía, su sordera no era de oído sino de corazón.