El día que dejó de nevar en Alaska
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Y mientras yo te sienta, tú me serás, dolor, la prueba de otra vida en que no me dolías. La gran prueba, a lo lejos, de que existió, que existe, de que me quiso, sí, de que aún la estoy queriendo.
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puedo escuchar los latidos de mi corazón retumbándome en el pecho, en la cabeza, en los oídos, y tengo la boca tan seca que soy incapaz de tragar saliva.
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Las montañas, puntiagudas e irregulares como si un niño las hubiese recortado con tijeras,
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plantas salvajes con diminutas florecillas que parecen haber sido trazadas con la punta muy fina de un pincel, manos delicadas y pulso firme.
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Tiene el cabello oscuro y unos pómulos marcados, a juego con la mandíbula y el resto de los rasgos. No sería justo decir que es meramente «guapo», porque hay algo más en él,
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suele ser siempre al revés. La gente huye del frío. —Entrecierra los ojos al mirarme—. ¿De qué huyes tú, Heather?
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¿Por qué a la gente le da tanto miedo admitir que no es inteligente? Pueden asegurar sin pelos en la lengua que son gordos, bajos, delgados, idiotas, torpes o feos, pero casi nadie está dispuesto a decir en voz alta que no es inteligente. Y no pasa nada. No es un delito.