El Eclesiastés, escrito por Qohélet o «predicador», es una obra brillante, sin parangón en el mundo antiguo. Su tono frío y escéptico, que a veces roza el cinismo, y contrasta tan intensamente con la sinceridad apasionada de los Salmos, ilustra la gama extraordinaria de la literatura judía, con la cual sólo los griegos podían competir.