pero también un hombre de intensa espiritualidad, que amaba la comunión solitaria consigo mismo y con Dios lejos de las ciudades, con visiones y epifanías y apocalipsis; y sin embargo, no era un ermitaño ni un anacoreta, sino una fuerza espiritual activa en el mundo, un ser que odiaba la injusticia, buscaba fervientemente crear una utopía, un hombre que no sólo actuaba como intermediario entre el Dios y el hombre, sino que trataba de adaptar el idealismo más intenso a las medidas del estadista práctico, y los conceptos nobles a la vida cotidiana.