En una sociedad individualista como la nuestra, tan enfocada en el rendimiento y las metas, no está de más preguntarse si el hecho de no tener una gran pasión nos condena por fuerza a ser más o menos unos perdedores. ¿Acaso hay que desempeñar una profesión necesariamente vocacional y vibrar de entusiasmo cada día en nuestro puesto de trabajo por erigir un mundo sustentado en grandiosos planes y proyectos?

