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Kindle Notes & Highlights
by
Max Lucado
Read between
November 14, 2017 - December 30, 2019
La ansiedad es una lluvia de meteoros de «¿qué tal si...?».
La ansiedad y el miedo son primos, pero no son idénticos. El miedo ve una amenaza. La ansiedad se la imagina.
(Salmos 37.8
Cualquiera pensaría que los cristianos estamos exentos de la ansiedad. Pero no es así. Nos han enseñado que la vida cristiana es una vida de paz y, cuando no sentimos paz, asumimos que el problema es interno. Entonces, no solo nos sentimos ansiosos, ¡sino que también nos sentimos culpables sobre nuestra ansiedad! El resultado es una espiral descendente de preocupación, culpa, preocupación, culpa.
La Traducción Lucado Revisada dice: «No permitas que nada en la vida te deje sin aliento y en angustia perpetuamente». La presencia de la ansiedad es inevitable, pero la prisión de la ansiedad es opcional. La ansiedad no es pecado; es una emoción. (Así que, no estés ansioso por sentirte ansioso).
Sin embargo, la ansiedad sí puede llevar a una conducta pecaminosa.
La presencia de la ansiedad es inevitable, pero la prisión de la ansiedad es opcional.
Celebra la bondad de Dios. «Alégrense siempre en el Señor» (v. 4). Acércate a Dios y pídele ayuda. «Presenten sus peticiones a Dios» (v. 6). Lleva y deja tus preocupaciones ante él. «Denle gracias...» (v. 6). Medita en todo lo bueno. «Consideren bien [...] todo lo que sea excelente o merezca elogio» (v. 8).
Redefinirás tu manera de enfrentar tus temores.
Este versículo es un llamado, no a un sentimiento, sino a una decisión y a una confianza profundamente arraigada de que Dios existe, de que él está en control y de que él es bueno.
Para cambiar la manera que una persona responde ante la vida, cambia lo que la persona cree sobre la vida. Lo más importante de ti es tu sistema de creencias.
Entender apropiadamente la soberanía tiene muchísima importancia en el tratamiento de la ansiedad.
La Biblia tiene una idea mejor. En lugar de buscar control absoluto, renuncia a él. No puedes controlar el mundo, pero sí puedes confiárselo a Dios. Este es el mensaje detrás del consejo de Pablo de «[alegrarse] siempre en el Señor». La paz está al alcance, no por falta de problemas, sino debido a la presencia de un Señor soberano.
En lugar de rememorar en letanía el caos del mundo, alégrate en la soberanía del Señor, como hizo Pablo. «Lo que me ha pasado ha contribuido al avance del evangelio. Es más, se ha hecho evidente a toda la guardia del palacio y a todos los demás que estoy encadenado por causa de Cristo» (Filipenses 1.12, 13 NVI). ¿Y qué de aquellos alborotadores en la iglesia? ¿Los que predicaban por «envidia y rivalidad» (Filipenses 1.15 NVI)? Sus intenciones egoístas no fueron competencia ante la soberanía de Jesús. «Pero eso no importa; sean falsas o genuinas sus intenciones, el mensaje acerca de Cristo se
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Tu ansiedad disminuye conforme aumenta tu comprensión de tu papá.
Otros ven los problemas del mundo y retuercen las manos. Nosotros vemos los problemas del mundo y doblamos las rodillas.
La culpa alborota el alma. La gracia la calma.
Existe una culpa que dice: lo hice mal. Y, entonces, existe una culpa que concluye: soy una mala persona.
tal vez tu culpa no es el resultado de un momento en la vida, sino de una época en tu vida. Fallaste como padre o madre. Echaste a perder tu carrera. Desperdiciaste tu juventud o tu dinero. ¿El resultado? La culpa. ¿Una consecuencia severa de la culpa? La ansiedad.
¿Qué le ocurriría a Max si nunca descubriera una manera saludable
La culpa no resuelta te convertirá en una persona infeliz, agotada, enojada, estresada y preocupada. En un salmo que David probablemente escribió luego de su aventura con Betsabé, el rey dijo: Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano. (Salmos 32.3, 4 NTV)
La culpa succiona la vida de nuestra alma. La gracia la restaura. El apóstol Pablo se aferró a esta gracia. En la misma medida que creía en la soberanía de Dios, también dependía de su misericordia. Nadie tenía más razones que Pablo para sentir el peso de la culpa. Él había orquestado la muerte de muchos cristianos. Era la versión antigua de un terrorista: arrestaba a los creyentes y luego derramaba su sangre. «[Pablo] perseguía a la iglesia, y entraba de casa en casa para sacar a rastras a hombres y mujeres y mandarlos a la cárcel» (Hechos 8.3 DHH).
Pablo le entregó su culpa a Jesús. Punto. No la adormeció, ni la escondió, ni la negó, ni la enterró, ni la castigó. Simplemente la rindió ante Jesús. Como resultado, pudo escribir: «No pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús» (Filipenses 3.13, 14 NVI).
¿Qué le diría el apóstol a un adolescente abrumado por un sentimiento de culpa? Esto: «Alégrate en la misericordia del Señor. Confía en su capacidad para perdonar. Abandona cualquier intento de salvarte por ti mismo o justificarte. Deja ya de esconderte detrás de hojas de higuera. Sumérgete en la gracia de Cristo; solo en su gracia».
Un santo feliz es aquel que es consciente, al mismo tiempo, de la gravedad del pecado y de la inmensidad de la gracia. El pecado no se reduce, ni tampoco la capacidad de Dios para perdonarlo. El santo mora en la...
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Nunca he sido ni más ni menos salvo que en el momento en que fui salvo por primera vez. Ninguna mala acción ha descontado de mi salvación. Ninguna buena acción, si es que hay alguna, la ha enriquecido. Mi salvación no tiene nada que ver con mis obras y todo que ver con la obra consumada de Cristo en la cruz.

