su caja, con la esperanza de captar nuestra atención. Primero, usó el presente imperativo para que sus lectores pudieran escucharlo decir continua y habitualmente, ¡alégrense!1 Y, por si el tiempo verbal no fuera bastante, eliminó la fecha de expiración. «Alégrense siempre en el Señor». Y, si acaso el tiempo verbal y siempre eran insuficientes, Pablo repitió la instrucción: «Insisto: ¡Alégrense!».

