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La soledad está marcada por el intento de llevar a término la experiencia; algo que no puede conseguirse solo con fuerza de voluntad o saliendo más, sino desarrollando vínculos íntimos. Es mucho más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo para la gente cuya soledad surge de un estado de pérdida, exilio o prejuicio, personas que tienen tantas razones para temer o desconfiar como para anhelar la compañía de los demás. […] Cuanto más sola está una persona, menos capaz es de navegar por las corrientes sociales. La soledad va creciendo a su alrededor, como el moho o una piel, un profiláctico que
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Este año no ha entrado nadie en mi piso más allá de profesionales técnicos; no ha salido de mí invitar a ningún ser humano a cruzar el umbral, salvo para leer el contador. Os parece imposible, ¿verdad? Pues es cierto, porque existo, ¿no?
A menudo tengo la sensación de no estar aquí, de ser solo un producto de mi imaginación. Hay días en que siento una conexión tan frágil con la tierra que veo los hilos que me atan al planeta como una telaraña con consistencia de algodón de azúcar.
—¿Cuánto tiempo lleva con ese dolor? —Un par de semanas. —Asintió—. Creo que sé por qué es, pero quería saber su opinión. Por fin dejó de leer y me miró. —¿Qué cree que está causándole el dolor de espalda, señorita Oliphant? —Creo que son los pechos. —¿Los pechos? —Sí. Me los he medido y pesan tres kilos (en total, claro, no cada uno). —Solté una risita y él se me quedó mirando, sin reír—. Creo que es demasiado peso del que tirar, ¿no le parece? Porque… si le ataran a usted tres kilos más de carne en el pecho y lo obligaran a pasearlos por ahí todo el día, también a usted le dolería la
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Llamé al número pero me saltó el contestador: «Hola, aquí Raymond, pero no aquí exactamente. Lo más gato de Schrödinger. Deja un mensaje después de la señal. Saludos».
prepararme físicamente para un encuentro potencial con el músico mediante una serie de «reformas». Pero ¿debía reformarme de dentro para fuera o trabajar a la inversa? Hice una lista mental de todos los trabajos aspectuales que tenía que acometer: cabello y vello, uñas (pies y manos), cejas, celulitis, dientes, cicatrices… cosas todas ellas que necesitaban puesta a punto, realce y mejora. Al final decidí empezar de fuera para dentro: al fin y al cabo, la naturaleza suele trabajar así; la muda de la piel, el renacer…
El dependiente se tiró del cuello de la camisa, como si intentara liberar su enorme nuez de una mordaza, y me miró con ojos de gacela, o de impala, uno de esos aburridos animales beis con ojos muy grandes y redondos a ambos lados de la cara. Esos que siempre acaban devorados por leopardos.
Siempre estoy deseando saber de ti, querida… Tú no puedes entenderlo, claro, pero el vínculo entre una madre y una hija es… ¿cómo describirlo?, irrompible. Nosotras estamos unidas para siempre, ¿sabes? Por mis venas corre la misma sangre que por las tuyas. Creciste dentro de mí, tus dientes, tu lengua, tu cerviz, todo está hecho con mis células, con mis genes. A saber qué sorpresitas te dejé dentro, qué códigos activé. ¿Cáncer de mama? ¿Alzheimer? Tendrás que esperar para verlo. Estuviste fermentando dentro de mí durante meses, Eleanor, tan a gusto en mi interior. Por mucho que te esfuerces en
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Incluso el lado «monstruo de feria» de mi cara —la mitad dañada— era mejor que la alternativa, que habría supuesto morir en el incendio. No quedé reducida a cenizas. Surgí de entre las llamas como un pequeño ave fénix. Me pasé los dedos por el tejido cicatrizado, acariciándome los contornos. «No me calciné, mamá —pensé—. Atravesé el fuego y sobreviví.»
En el corazón tengo cicatrices igual de gruesas y feas que las de la cara. Sé que están ahí. Pero espero que quede algo de tejido sano, un pequeño retal por el que pueda entrar el amor y colarse dentro. Ojalá.
—No, gracias, no quiero aceptar una copa porque me vería obligada a invitarte a otra a cambio, y me temo que no estoy interesada en pasar contigo el tiempo que tardo en tomarme dos copas.
Si alguien te pregunta cómo estás, en teoría tienes que decir sin más «bien». No esperan que digas que anoche te quedaste dormida llorando porque llevabas dos días seguidos sin hablar con otra persona. «Bien» es lo que se espera de ti.
Hoy en día la soledad es el nuevo cáncer: algo vergonzoso, bochornoso, que tú misma te infringes si bien de un modo poco claro. Algo temible e incurable, tan espantoso que no te atreves a mencionar; la gente no quiere oír la palabra en voz alta, por miedo a verse también infectada, o a tentar a la suerte y que caiga sobre ellos un horror similar.