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De muchas maneras nos excusamos de la pobreza espiritual de nuestra predicación, pero el verdadero secreto se encuentra en la carencia de la oración ferviente por la presencia de Dios en el poder del Espíritu Santo.
Hay innumerables predicadores que desarrollan sermones notables; pero los efectos tienen poca vida y no entran como un factor determinante en las regiones del espíritu donde se libra la batalla tremenda entre Dios y Satanás, el cielo y el infierno, porque los que entregan el mensaje no se han hecho militantes, fuertes y victoriosos por la oración.
El predicador tiene la comisión de orar tanto como de predicar. Su labor es incompleta si descuida alguna de las dos.
Ningún ministerio puede alcanzar éxito sin mucha oración, y esta oración ha de ser fundamental, constante y creciente.
No descuido el buen hábito de orar antes de acostarme, pero pongo cuidado en que el sueño no me venza.
La oración es la más alta prueba de energía de que es capaz la mente humana; porque para orar, se requiere la concentración total de las facultades.
Detrás de este levantarse temprano para orar, se encuentra el deseo ardiente que nos impulsa a comunicarnos con Dios. El descuido demostrado por la mañana es indicio de un corazón indiferente.
Un deseo por Dios que no pueda romper las cadenas del sueño, es algo débil que hará poco que realmente valga para Dios.
El defecto principal en los ministros cristianos es la falta de hábitos devocionales.
Pablo vivió sobre sus rodillas para que la iglesia de Efeso pudiera comprender la altura y la anchura y la profundidad de una santidad inmensurable, para que fuera llena "de todo la plenitud de Dios". Epafras se entregó a obra consumidora y al conflicto tenaz de la oración ferviente, para que los de la iglesia de Colosas pudieran estar "firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere".
La santidad dando energía al alma, haciendo arder a todo el hombre con amor, con deseo de más fe, más oración, más celo, más consagración, éste es el secreto del poder.
La oración es la creadora y el canal de la devoción.
No hay verdadera oración sin devoción, ni devoción sin oración.
El predicador, sobre todas las cosas, debe estar consagrado a Dios.
Dios ha de ser el motivo principal del esfuerzo del predicador, la fuente y la corona de toda su labor.
El predicador no ha de tener otra inspiración que el nombre de Jesucristo,
¡Refórmame, oh Señor! Ensancha mi corazón y predicaré.
El predicador necesita de la oración; estar formado por ella.
La oración es ilimitable, multiforme, valiosa, útil al predicador en todos sentidos y en todos los puntos. Su valor principal es la ayuda que da a su corazón.
Damos tanto énfasis a la preparación del sermón que hemos perdido de vista lo que importa preparar: el corazón. Un corazón preparado es mejor que la mejor homilética. Un corazón preparado predicará un sermón preparado.
Es el don de Dios, el sello puesto a sus mensajeros.
Es el grado de nobleza impartido a los fieles y valientes escogidos que han buscado el honor del ungimiento por medio de muchas horas de oración esforzada y llena de lágrimas.
Una separación para la obra de Dios por el poder del Espíritu Santo es la única consagración reconocida por Dios como legítima.
Dios no hace nada sino en respuesta a la oración.
El predicador que nunca ha aprendido en la escuela de Cristo el arte superior y divino de la intercesión por su pueblo, nunca aprenderá el arte de la predicación aunque se vacíen sobre él toneladas de homilética y aunque posea el genio más elevado para hacer y exponer sermones.
Un hombre puede predicar sin oración de una manera oficial, agradable y elocuente, pero hay una distancia inconmensurable entre esta clase predicación y la siembra de la preciosa semilla con manos santas y corazón empapado de angustia y oración.
El infierno se ha ensanchado y ha abierto su boca en la presencia del servicio muerto de una iglesia que no ora.
Si algunos cristianos que se quejan de sus ministros hablaran e hicieran menos ante los hombres y se aplicaran con todas sus fuerzas a clamar a Dios por sus ministros --despertando y conmoviendo al cielo con sus oraciones humildes, constantes y fervorosas-- habrían podido hacer mucho más para encaminarlos por el éxito. Jonathan Edwards
El verdadero predicador, además de que cultiva en sí mismo el espíritu y la práctica de la oración en su forma más intensa, ambiciona con anhelo las oraciones del pueblo de Dios.
La predicación nunca edifica a un alma que no ora.
H. Martyn se lamenta de que la "falta de lectura privada devocional y la escasa oración por dedicarse a incesante confección de sermones", ha producido un alejamiento entre Dios y su alma.
Yo juzgo que mi oración es más poderosa que Satanás; si no fuera así, Lutero habría sido tratado de una manera muy diferente hace mucho tiempo. Sin embargo, los hombres no verán ni reconocerán las grandes maravillas o milagros que Dios efectúa en mi favor. Si abandonara la oración por un solo día, perdería una gran parte del fuego de la fe. Martín Lutero
El llamamiento a la oración a todos los fieles constituye la demanda más alta y exigente del Espíritu.
No somos una generación de santos que oran. Los santos que no eran son un grupo mendicante que no tiene ni el ardor, ni la belleza, ni el poder de los santos. ¿Quién restaurará esta brecha? Será el más grande de los reformadores y apóstoles el que ponga a la iglesia a orar.
La iglesia que se atiene únicamente a su historia pasada para sus milagros de poder y gracia es una iglesia caída.