Para ilustrar los poderes de amplificación del conocimiento que tiene la economía, pensemos en el físico del siglo XIX Michael Faraday. Entre otras cosas, Faraday desarrolló las leyes de la inducción, esenciales para la generación de electricidad. Pero también se remangó y cristalizó sus ideas plasmándolas en objetos prácticos: se le atribuye la invención del motor eléctrico, que posteriormente perfeccionaría Tesla. Cuando nos secamos el pelo con un secador, aspiramos el suelo o nos preparamos un daiquirí en una licuadora, estamos recibiendo un regalo del mismísimo Michael Faraday, alguien a
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