fondo”. Sabía que el punto de inflexión había llegado el día en que Marco, su fisioterapeuta, lo había convencido para ir al campo a ver al “papa”. Nunca olvidaría la sensación que tuvo al divisar los espectrales campanarios de la iglesia palmariana, ni el momento en que atravesó los imponentes portones de seguridad, ni su ingreso en la