Naird

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Las ruedas de las estrellas y los años, del espacio y el tiempo, encajaron en su sitio. Sabía exactamente dónde estaba, y quién era, y qué era. Movió una mano. La reina intentó detenerla, pero era como intentar detener el curso del tiempo. La mano de Tiffany le dio en la cara y la derribó. —Ahora sé por qué no lloré por la abuela —dijo—. Nunca me ha abandonado. Se inclinó, y los siglos se doblaron con ella. —El secreto no está en soñar —susurró—, sino en despertarse. Despertar es más difícil. Yo he despertado y soy real.
Los pequeños hombres libres (Discworld, #30)
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