Se oyó un balido del cordero y un gruñido del perro, seguido de otro balido de la madre del cordero. Sin embargo, no se trataba del balido normal de una oveja; tenía cierto matiz. Algo golpeó la puerta y la hizo rebotar en sus bisagras. Dentro, el perro dio un gañido de dolor. La abuela Dolorido cogió a Tiffany y la acercó a una ventana. El perro, tembloroso, intentaba ponerse en pie pero no lo conseguía, porque el otro animal cargaba contra él una y otra vez, más de treinta kilos de oveja enfurecida que lo golpeaban como un ariete.